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Existen muchas definiciones, explicaciones e interpretaciones para la discapacidad. En el diccionario de Oxford está definida como «Falta o limitación de alguna facultad física o mental que imposibilita o dificulta el desarrollo normal de la actividad de una persona.»

Tomaré esa definición para abordar el tema de este artículo, famoso ahora por el meme de Cheems, el perrito de la amsiedad.

Más allá de un meme y del humor, la ansiedad ya es considerada como una discapacidad psicosocial porque nos limita temporal o permanentemente para realizar actividades cotidianas.

No se trata de una preocupación pasajera o de los nervios por un examen, sino del cambio repentino o paulatino en nuestros hábitos, pensamientos y actitudes. Si me lo preguntan, yo la definiría como esa sensación de estar atrapada en tu cerebro, en ese lugar pequeñito que se supone debería ser seguro pero está lleno de pensamientos, donde lo real y lo positivo se vuelve borroso para dar paso a lo negativo, a los pensamientos catastróficos que taladran durante todo el día y la noche, provocando insomnio, paranoia, ganas de llorar por cualquier motivo y la necesidad de resolver conflictos ajenos para compensar un poco a otra persona y no sienta lo que tú sientes. Pensamientos y actitudes constantes, que pueden ser producto de un evento traumático, estrés crónico o muchas otras razones. Entonces el cuerpo reacciona y tiembla, tiembla de manera incontrolable, las manos se ponen frías y sudorosas, la respiración se agita o se corta… Y si no se atiende, desencadenan en ataques de pánico o depresión.

Así es como las actividades que debemos realizar se ven interrumpidas, porque no hemos dormido bien o porque no podemos concentrarnos y cuando menos nos damos cuenta estamos en posición fetal debajo de una mesa.

Lo importante, además de reconocer que la ansiedad es discapacitante para darle la importancia que requiere, es, si tú eres la persona que la padece, saber que siempre se puede pedir ayuda o, si reconoces alguna conducta de alerta en una persona, ofrecerle esa ayuda. Y no diciendo que todo está bien o que esos pensamientos son producto de su imaginación, mucho menos que exagera. Eso en lugar de apoyar, molesta.

Se puede apoyar desde escuchar a la persona, simplemente escuchar,  relajar su respiración, hasta canalizarla con profesionales. Por experiencia, recomiendo la psicoterapia. Escarbar en esos pensamiento con la guía experta ayuda a conocer su origen, a comprender y conocerte más, a regresar a ti y poco a poco, recuperar tu vida, tus actividades.

Además de la psicoterapia, ayudan ejercicios conocidos como Mindfulness, de respiración y de regresar al momento –a título personal, estos realmente me sirven mucho-. Les cuento un poco de qué tratan: en el lugar donde se encuentren, donde comience a llegar esa ola de pensamientos o sensaciones que tanto consumen, respirar profundamente y a la vez, observar. Mencionar en voz baja o alta los objetos que vemos, describirlos. De eso que estamos viendo, enlistar cinco cosas que podemos ver, cuatro cosas que podamos tocar, tres cosas que podamos oler, dos cosas que podamos escuchar y una que podamos probar. Eso nos ayuda a concentrarnos en lo que estamos viviendo, alejando esos pensamientos que probablemente no se hagan realidad.

Y por supuesto, el arte. Verla o producirla es de gran ayuda. Escuchar música adecuada, ver una danza tranquilizante o dibujar. No es necesario hacer la obra de arte del siglo; unos cuantos trazos rápidos o lentos, lo que en el momento necesitemos.

Al final, el conocernos nos ofrecerá muchas más actividades –cocinar, coser, armar rompecabezas, yoga, sopas de letras…- que podemos usar de la mano de la ayuda profesional que elijamos y de las personas que nos acompañan, porque nunca, por mucho que parezca así, vamos en solitario.

PAMELA CORONADO
ILUSTRADORA Y COMUNICADORA VISUAL
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