Ansiedad

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       “De poco sirve que un niño sepa colocar Neptuno en el Universo si no sabe dónde colocar su tristeza, su rabia o su miedo” -José María Toro

No recuerdo que cuando fuera chiquita me enseñaran a identificar mis emociones, tampoco a que debía darles un lugar y una salida; para mí era difícil saber cómo me sentía yo, pero extrañamente siempre me fue más fácil saber cómo se sentían los demás, me fijaba en la expresión de su rostro, en su tono de voz o en cómo se comportaban. Recuerdo cómo veía que las personas a mí alrededor se incomodaban cuando yo lloraba, sobre todo mis papás porque no les gustaba verme triste, lo entiendo.

Recuerdo también muchos “no te enojes”, “no te sientas mal, no pasa nada”, “no seas llorona”, “no hay nada qué temer”. Pero y ¿si sí lo había? Un rasgo importante de la inteligencia emocional es poder reconocer los sentimientos en las otras personas, pero también expresar los propios. Ésta última parte suele ser muy complicada porque como sociedad estamos acostumbrados a inhibir la expresión de sentimientos o de algunos de ellos, como si sólo los sentimientos que consideramos buenos fueran permitidos. Cuántas veces no nos damos cuenta con vergüenza que sentimos envidia de alguien o que nos molesta algo de una persona que queremos y empujamos esos sentimientos hacia el fondo en vez de hacernos cargo de ellos hasta que, eventualmente explotan porque nunca les dimos una salida y pueden ocasionar problemas más adelante. Freud decía que lo que no decimos se nos acumula en el cuerpo y se transforma en síntoma, así que sí es posible enfermar por un mal manejo de nuestras emociones.

El Instituto Nacional de Psiquiatría en su guía clínica para los trastornos de ansiedad en niños y adolescentes, menciona que “los datos más recientes en torno a la salud en México muestran cómo las enfermedades mentales, por su curso crónico que se refuerza por el hecho de que sólo una pequeña parte recibe tratamiento, provocan mayor discapacidad que muchas otras enfermedades crónicas.” Dentro de estas enfermedades encontramos la ansiedad y la depresión que no sólo afectan a personas adultas, sino que se puede manifestar desde edades muy tempranas y pueden desde imposibilitar al niño de disfrutar su entorno a intervenir en su sano desarrollo.

Hay que tener presente que todas las emociones son importantes y cumplen una función adaptativa, incluso las que consideramos no positivas como la tristeza, el enojo, el miedo, incluso el estrés tiene la función de ayudarnos siempre y cuando no tomen medidas desproporcionadas y sean demasiado intensas. Cuando la presencia de esta emoción es persistente y se agudiza al punto de dificultar o incapacitar la posibilidad de estudiar, trabajar o convivir con su familia y amigos estamos hablando de un trastorno que con frecuencia pasa desapercibido.

Los niños no están exentos de padecer este tipo de trastornos, que pueden ser varios e ir desde fobias sociales, ataques de pánico, trastorno obsesivo-compulsivo, etc., por esto es importante detectarlos y diagnosticarlos a tiempo ya que puede disminuir el riesgo de que persistan y se agudicen durante la edad adulta.

La ansiedad o preocupación en los niños se pueden presentar de las siguientes formas:

  • Inquietud o impaciencia
  • Fatiga
  • Dificultad para concentrarse o tener la mente en blanco
  • Irritabilidad
  • Tensión muscular
  • Preocupación y miedos excesivos frente a algunas situaciones
  • Síntomas físicos como cefaleas, náuseas)
  • Alteraciones del sueño

Sus causas pueden ser tanto como biológicas como una disfunción de los diferentes neurotransmisores como la serotonina y la dopamina los cuales regulan el estado de ánimo y el comportamiento, pero también se puede deber a factores psicosociales que tienen un impacto directo en el mundo psíquico del sujeto por lo que el ambiente familiar, la crianza, la cultura que gira en torno al niño influyen en sus conductas.

El tratamiento tradicional de los trastornos de ansiedad se compone de intervenciones psicosociales como la terapia individual conductivo conductual del niño combinada con terapia familiar y orientación a los padres junto con un tratamiento farmacológico.

Todos hemos sentido miedo, estrés o inseguridad en algún momento, en pequeñas y normales dosis como el estrés del trabajo, los nervios de una reunión importante son emociones que nos pone es situaciones incómodas y aunque nos ayudan muchas veces no nos gusta, no suele ser una sensación agradable. Ahora imagínense a la persona que padece un trastorno de ansiedad, ella la siente de forma exacerbada a tal punto que la va paralizando y alejando de las personas que quiere, de las cosas que le gustan y que disfruta. Para un pequeño también es muy difícil, además puede que no tenga todavía las herramientas internas necesarias para identificar bien lo que le pasa, sólo sabe que siente miedo. Por eso es importante siempre ser empáticos, solidarios, pacientes y enseñar a nuestros pequeños a ser amables entre nosotros mismos, animarnos a sentir y darle su lugar a cada una de nuestras emociones.

 

FER JACINTO

PSICÓLOGA Y ARTISTA

 

Fuentes consultadas:

http://inprf-cd.gob.mx/guiasclinicas/trastornos_de_ansiedad.pdf

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