Aprender es de mis cosas favoritas, por eso disfruto tanto de ir a la escuela. Fuera de ella papá me enseñó el valor y la magia que existe en los libros, cuestionar e investigar; mamá me enseñó – y me sigue enseñando – la magia que rodea nuestra existencia. Desde observar, intuir y sentir, hasta escuchar a las frutas cuando están listas para alimentarnos.
Ir de compras al mercado o al tianguis es de mis actividades favoritas. Puedo perderme entre sus pasillos, disfrutando de todos sus colores, e incluso del grito que anuncia ¡Ahí va el diablo! Y es que desde pequeña acompañaba a mamá a hacer las compras y ella me explicaba cómo elegir frutas, verduras, carnes, semillas, especias y demás alimentos.
-Fíjate bien, mijita, mi abuelita decía que para elegir un buen melón le tienes que oler el ombligo. – Me explica olfateando la fruta. – También puedes escuchar lo que te dicen, por ejemplo, estas papayas: ¡Aquí, aquí, a mí ya me puedes comer! – Imita una voz aguda. – ¿Escuchas? Te lo dice su color, su textura.
Al principio por más que pusiera atención no las escuchaba y no entendía a qué se refería con eso, pero ahora que yo hago las compras, suena muy claro ese grito cuando están listas.
-También debes sentirlas, pero cuidado con no apachurrarlas, son delicadas. Debes saber cuándo es época para ciertas frutas, si tienes duda le puedes preguntar a la marchanta.
Nunca me he aburrido de sus explicaciones, y menos cuando descubrí lo útiles que son. Nuestro mercado favorito es el de Jamaica; he recorrido sus pasillos desde que era bebé y ya sé en qué puestos aterrizar cuando lo visito. También sé que será necesario llevar muchas bolsas para guardar todo lo que quiera venirse conmigo.
Mamá aprendió sobre la cocina con mi bisabuelita que la he podido mantener en mi memoria ahora que mamá me comparte sus enseñanzas. También mi abuelita, mamá de mi mamá, me comparte sus secretos culinarios mientras me cuenta las barbaridades que ve en la televisión cuando dan una receta.
-¡Ve nada más, eso ya está todo pachiche! ¡Mira, qué es eso, parecen tirlangas! – Dice sorprendida mientras me divierto con esas palabras que ahora forman parte de mi vocabulario.
Cocinar es todo un ritual en mi familia. Mamá dice que la cocina es su laboratorio de pociones y me encanta cuando, preocupada, dice que no hay nada, porque sé que reunirá todos los ingredientes que encuentre en la despensa y preparará algo diferente y delicioso. ¡De verdad hace magia! También me revela un secreto que pertenece a toda la gente pero hay quien piensa que es simplemente un mito. ¿Yo? Lo he podido comprobar para afirmar que es cierto: El sabor de tus platillos dependerá de tu estado de ánimo. Cocina siempre de buenas, prepara con amor y paciencia.
Cuando papá me dijo que leyera Como agua para chocolate y El diario de Tita no pude evitar identificarnos con ese amor y respeto por los alimentos y la cocina.
«Me gusta tocar las verduras con mis manos, sopesarlas, acariciarlas, escucharlas. Siento que me hablan, que me dicen aún me faltan dos días para madurar o ya se acabó mi tiempo, regrésame a la tierra o me encantaría que me matrimoniaras con la cebolla y unos nopalitos.»
Sé que me falta mucho para preparar cosas tan deliciosas como lo hacen mamá y mi abuelita, de hecho mi menú es reducido comparado con todo lo que ellas hacen; pero disfruto el proceso de aprender, preparar y de escuchar el susurro de mis ancestros cada que tengo duda de qué sigue en una receta o qué cantidades usar. Al final, lo que cocino tiene una parte de ellas y solo por eso puedo decir que también mis preparaciones son mágicas.
PAMELA CORONADO
ILUSTRADORA Y COMUNICADORA VISUAL