Si hago algo de memoria sobre cuándo fue mi primer encuentro con la discapacidad, debo decir que hace no tanto, al menos no conscientemente…Fue hace aproximadamente 15 años; cuando me mude de un departamento a otro, en ese entonces habría tenido 10 u 11 años y cuando se completó la mudanza comencé a conocer a los que serían mis nuevos vecinos. Por conocer he de recalcar que me refiero a sólo ubicarlos de vista, porque hasta la fecha desconozco los nombres de la mayoría y ni se diga de algún otro dato que me dé indicio de sus vidas.
En ese reconocimiento, me percaté de una pareja que vive en el primer piso: una señora llamada Dolores y su marido de nombre Darío. Ella es ciega y él tiene una discapacidad motora leve. A ellos es común encontrarlos saliendo o entrando al edificio juntos, aunque también es común encontrarlos por separado.
Para mi los primeros encuentros con ellos fueron algo distinto, pero que no me hizo mayor cuestionamiento hasta tiempo después. Siempre que los encontrábamos los saludabamos, pero en algunas ocasiones me daba la impresión de que ellos se mostraban muy reservados o distantes. Ese cuestionamiento por lo que pasa con el otro, se derivó de esa interacción distante pero cotidiana; en específico, de ver a mi madre ofrecerle ayuda a Dolores para llegar al metro; Dolores se desplaza usando un bastón y muchas veces me ha tocado verla yendo al metro, al super, tomando el elevador, etc. Pero hasta entonces no me había preguntado si ella necesitaba ayuda…parece muy torpe o ingenuo de mi parte, pero genuinamente no había hecho conciencia de lo que para mi era la discapacidad o como la percibía, y desde ese momento empecé a hacerme preguntas. Dichas preguntas derivaron en reflexiones en torno a cómo percibimos la discapacidad y por qué a algunas personas les representa una incomodidad, para mi en ese entonces lo era, pero no por las personas señaladas como discapacitadas, sino internamente como esa noción de asistir al otro como ese deber ser, en una cuestión moral para sí mismos.
Para mi era incomodo ver cómo ciertas personas ofrecían su ayuda a personas discapacitadas en el metro, la calle, etc, (de hecho varias veces presencié cómo Dolores era interceptada por algún desconocido ofreciendole ayuda) sentía que era como demostrar a los demás una labor social que realmente hacerlo por la persona y que incluso tal vez la persona discapacitada no se sentía cómoda con recibir ayuda sin solicitarla. Bueno ahora no me atrevería a decir que todas las personas lo hacen sólo en ese sentido, pero sí que estamos acostumbrados a asumir muchas cosas de los otros sin establecer una comunicación real con ellos.
Si bien nunca podemos acceder a una comunicación real o verdadera, por ser seres subjetivos, creo que la discapacidad nos plantea de otra manera esa distancia con el otro que es nosotros mismos pero leídos desde su individualidad y reconocimiento; los valores, afectos y deseos se distribuyen de diferentes maneras para todos, pero la comunicación radica en negociar las diferencias y encontrar puntos de encuentro.
Esas ideas son algo que continuamente trato de recordar y aplicar, y si bien mi relación directa con la discapacidad no ha sido mucha, creo que uno de los factores a tomar en cuenta siempre será el otro desde su particularidad y establecer diálogos y relaciones, más allá de los supuestos personales, es decir, no subestimar y ofrecer mi ayuda si puedo colaborar. Lo anterior, aunado a mi reciente iniciación en la inclusión me hace ver que lo que me hace falta y a los demás es cultivar las relaciones de comunidad y las herramientas para comunicarnos y facilitar el acceso. En ese sentido, todos nos encontramos en situaciones distintas donde requerimos atención y colaboración con los otros desde el cuidado y no desde el juicio externo.
LESLIE CORTÉS
ARTISTA VISUAL, INSTALACIÓN Y PERFORMANCE