No recuerdo con claridad cuándo fue mi primer acercamiento a la discapacidad, pero cuando asistía al kínder ya tenía una concepción de ella, aunque no fuera la correcta.
Menciono esto porque durante preescolar una de mis compañeras tenía 9 años. Solían decir que “estaba malita” y que cuando era bebé la habían “asustado” y que por ello tenía problemas al hablar.
Sin duda, en el día a día se reitera la importancia de un trato digno y respetuoso hacia cualquier persona, pero se señala la discapacidad y me atrevo a decir que se aborda desde la compasión y la pena. Recuerdo muchas veces a las mamás o tutores de mis compañeras y compañeros que se referían a ella como “pobrecita”, por ende, los niños y niñas también le llegamos a mirar o a tratar con esa abrumadora piedad.
Con el pasar de los años, en la escuela secundaria, conocí a una niña con discapacidad visual a la cual apodaban de una forma peyorativa. Era excluida y durante los recreos siempre estaba sola, alguna vez coincidí con ella y nos hablamos un poco durante algún tiempo. Me preguntaba el por qué de los insultos y la segregación hacia ella. La ignorancia es hostil.
Durante el último año de la universidad conocí a una mujer sorda quien asistía al taller de grabado, era una persona muy talentosa a quien no se señalaba, discriminaba o excluía, pero con quien se dificultaba la comunicación pues desconocíamos la Lengua de Señas Mexicana. Algo en lo que insisto es en que las habilidades de creación de obra gráfica de aquella mujer eran destacables, por encima de la media.
Por último, cuando ingresé a trabajar en la primaria de Santo Domingo, conocí a distintos niños y niñas con discapacidades diversas desde problemas de lenguaje hasta síndrome de Down. Varias compañeras y compañeros hacían su mejor esfuerzo por llevar una sana convivencia; sin embargo, existían ciertos conflictos y dificultades para llevar a cabo las clases. Desde mi postura como tallerista fue una labor compleja al no tener herramientas que pudieran ayudarme a realizar una mejor labor e inclusión dentro del aula. Pedía consejos a las profesoras más experimentadas, pero al poco tiempo pude percatarme de que tampoco ellas tenían claridad en qué estrategias poner en marcha. Las concepciones que he desarrollado en torno a la discapacidad parten de estas experiencias y en cada nivel he obtenido aprendizajes e intereses nuevos para con ella.
Durante el tiempo de confinamiento me he percatado de lo limitadas y limitados que estamos, enfrascados en el confort, creando muchísimo, tratando de innovar y mejorar, pero siempre con dirección al mismo público, sin contemplar la diversidad. Sin reflexionar en torno a ella, a cómo se concibe desde lo colectivo, desde la escuela, la familia, desde el arte o la cultura.
Cuando comencé a escribir este texto me di cuenta de que me he encontrado con ella más de una vez y no era consciente de ello. Estoy convencida de que todas y todos hemos tenido más contacto con la discapacidad del que creemos.
Es momento de emprender un viaje, una exploración, una investigación, creación o como quiera llamársele y visibilizarla desde nuestra experiencia. Ese es el primer paso para conjurar una sociedad más inclusiva.
¡Te invito a que tú también lo hagas!
JANET MONTESINOS
ARTISTA Y FOTÓGRAFA